Sunday, February 06, 2011

Aprender a escribir. Una reflexión


Aprender a escribir es algo que uno mismo hace. No obstante, muy raras veces, la escuela tradicional lo ha comprendido. Yo asistí a una escuela tradicional. El paradigma bajo el cual se educaba en mi escuela estaba centrado en la enseñanza, no en el aprendizaje. Por eso:
- Recuerdo ejercicios repetitivos de caligrafía.
- Recuerdo la voz de mis profesores recitando reglas y normas de ortografía.
- Y en cuanto a la puntuación, no me acuerdo cómo me la enseñaron.

Lo que sí me acuerdo es por qué aprendí a producir textos escritos. Aprendí a comunicarme por escrito porque encontré una máquina de escribir en mi casa.

De hecho, la escritura es parte de mi educación sentimental. Soy escritor y la construcción de ese destino se forjó en varios escenarios (hogar, biblioteca, parques, calles, bodegas, heladerías, automóviles) durante la infancia y la adolescencia.

Como es obvio, la escuela también me ofreció oportunidades para aprender a escribir, aunque no se dieran exclusivamente en la clase de Lengua. Por ejemplo, todos los días a las 8 am los estudiantes del San Andrés asistíamos a la “asamblea” (un rito en el que un pastor evangélico leía la Biblia). Recuerdo con emoción la lectura de un pasaje del Libro de Daniel, en el que se relata un acontecimiento extraordinario. Se llama “La escritura en la pared”. Aquí tienen un fragmento:

“[En el banquete ofrecido por el rey Belsasar, los mil príncipes persas] Bebieron vino, y alabaron a los dioses de oro y de plata, de bronce, de hierro, de madera y de piedra.
En aquella misma hora aparecieron los dedos de una mano de hombre, que escribía delante del candelero sobre lo encalado de la pared del palacio real, y el rey veía la mano que escribía.
Entonces, el rey palideció, y sus pensamientos lo turbaron, y se debilitaron sus lomos, y sus rodillas daban la una contra la otra. “ (Daniel 5: 4-6)

Esa escena me impactó. ¿Saben lo que escribió esa mano? Pues no lo puedo decir, ni escribir, porque un frío abracadabrante me impide repetir una sentencia mortal. No obstante, a los interesados los remito al mencionado libro.
Lo que subrayo es que esa mano me pareció fascinante. Y cómo no, ¡tenía seis años! Ese pasaje de la Biblia era la prueba del gran poder de la escritura. Algo que poco a poco fui comprobando. Hasta ahora sigo pensando que el poder y el gran prestigio de la escritura siguen vigentes en el mundo. Díganme si es eso no es suficiente estímulo para aprender a escribir.
Finalmente, creo que a pesar de que los paradigmas pedagógicos centrados en la enseñanza no contribuyen eficientemente al aprendizaje de la escritura, muchos estudiantes aprenden a escribir. Subrayo la expresión “a pesar de”. Y es que el aprendizaje –en general—todavía sigue siendo una caja negra.

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